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Volvió el tren a una zona rural de Pilar que no quería convertirse “en un pueblo fantasma”

Buenos Aires – Argentina – 03/01/2020: Por desperfectos y arreglos estuvo, ocho meses sin pasar por Zelaya. Vecinos y comerciantes temían quedar aislados y gastaban $300 para ir a Capital.

El sol se posa sobre la capilla Nuestra Señora de Luján y San José Obrero, frente a la plaza central de Zelaya. A cinco cuadras asoma la estructura de madera de la estación de tren. En ese tramo está la mayoría de los locales comerciales que le dan vida a la localidad semi rural de Pilar donde, durante ocho meses, todos pensaron que corrían el riesgo de convertirse en un pueblo fantasma.

En enero y febrero del año pasado, el ferrocarril Mitre dejó de parar en Zelaya por obras de mantenimiento en las vías. Luego hubo tres descarrilamientos y el servicio Victoria-Matheu fue suspendido por tiempo indeterminado. Los vecinos padecieron el recorte y creyeron que los andenes quedarían abandonados para siempre. Pero hace dos semanas, con la incorporación de nuevos servicios en el recorrido de Tigre a Retiro, anunciaron el regreso del tren al barrio y a otras tres estaciones.

«El ferrocarril es parte de la identidad de nuestro pueblo. Hasta la bocina es algo característico», comenta Denise, vecina. El transporte es crucial para los 4.048 habitantes censados de Zelaya. Según los propios residentes, nunca habían estado pasado algo similar. Pagaban hasta $300 para llegar en ómnibus, por trabajo o estudio, a Capital Federal, o $200 hasta Victoria.

La estación de Zelaya, a la espera de la llegada de una formación.

Con la reanudación del servicio, que cuesta $11, por Zelaya pasan, de lunes a viernes, 8 formaciones diarias desde Victoria hacia Capilla del Señor y 9 hacia Victoria. Sábados, domingos y feriados, 7 hacia Capilla y 8 en dirección a San Fernando.

«Cuando no pasaba era una tristeza. Zelaya siempre estuvo olvidado, lo convirtieron en el último orejón del tarro. El tren reaviva al pueblo, lo pone en funcionamiento”, afirma Marcelo Santopietro, quien atiende una librería en la esquina de Pedro Carrión y Silvio González. Y Domingo Torres, de 62 años, agrega: «Es económico y práctico, un beneficio para todos. Con el movimiento que genera ayuda mucho a los comerciantes que viajan para comprar insumos o que ahora tienen más demanda».

Mientras algunas gallinas cacarean y se escucha cantar a los grillos, en la sombra de la añeja estación una pequeña familia, una pareja y un grupo de amigos aguardan el arribo del tren de la línea Mitre.

Cinco cuadras entre la plaza y la estación concentrán la mayoría de los comercios de la localidad de Pilar.

Las locomotoras que volvieron a cubrir el servicio son diésel (pese a que el ramal Retiro-Tigre de la misma línea es eléctrico). La mayoría de los que utilizan el ferrocarril van a trabajar a otras localidades, llevan chicos a la escuela o se atienden en hospitales, por ejemplo. Cuando no funcionaba, algunos debían tomar hasta tres colectivos para llegar a destino.

De todas maneras, hay reclamos vigentes. «A la par de las vías se ven durmientes quebrados. Y como no reemplazaron todos los rieles, el tren va a 30 kilómetros por hora y en vez de tardar 45 minutos en llegar a Victoria se demora una hora y monedas», indica Fernando, vecino que cruzado de brazos aguarda por la aparición de la luz de alguna máquina, las mismas que antes integraban los trenes San Martín, Roca y Mitre, y que terminaron en los ramales de menor uso cuando se renovaron las formaciones de esas líneas.

Los caballos son una opción común a la hora de movilizarse en Zelaya.

En el andén, Domingo y su esposa deciden ir a buscar un colectivo después de dos horas de espera. «Hasta no saber bien los horarios va a ser una lotería», se resigna. Esa incertidumbre no sólo es un problema por la demora: muchos cruzan sin mirar a ambos lados. Eveline Pedraza considera «fundamental» que coloquen barreras en los pasos a nivel para evitar accidentes.

Apenas pasado el mediodía, a las 12.10, la quinta formación del día arriba a Zelaya. Fernando sube feliz: en poco más de una hora llegará a Victoria para visitar a sus hijas. Domingo y su esposa ya se marcharon en colectivo. Bocinazo de por medio, el tren inicia su partida hacia San Fernando y, sin más, se pierde en el horizonte. De a poco, algunas personas llegan a la terminal para esperar la próxima formación, que partirá en dos horas y media. No se lamentan: saben que, con la ansiada vuelta del ferrocarril, el temor de convertirse en un pueblo fantasma también se aleja de a poco.

Fuente: Clarín

 

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