sábado, octubre 12, 2024
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El retorno de los trenes

Decidió el Congreso Nacional en favor de la iniciativa del gobierno para que los trenes vuelvan a ser propiedad del Estado.

Decisión que no implica nacionalizar actividades privadas, sino recomenzar de nuevo con la presencia ferrocarrilera en el país, tronchada desde los tiempos neoliberales de los años noventa.

Volverá así a existir Palmira, volverá La Paz, volverán tantas localidades mendocinas y del resto del país, que se hundieron duramente con la liquidación de los rieles. Volverán a estar comunicados remotos sitios del territorio, condenados por décadas a la ausencia y el aislamiento. Volverán los viajes familiares, pues el tren ha sabido ser siempre más económico que el ómnibus de larga distancia. Volverá todo eso, pero mejor que antes; pues las unidades serán ahora a la altura de los tiempos, con comodidades que superan al vetusto equipamiento que teníamos en el siglo pasado.

Pero además, es el tren un ejercicio de nostalgias. “Andenes al ocaso”, titulaba el poeta Manuel Castilla a uno de sus libros. Y mentaba así ese sentimiento que los rieles y sus durmientes siempre han alentado: la despedida, el viaje, la lejanía, el recuerdo, la distancia. El tren memora e insinúa, y nos pone ante la evidencia de eso que como humanos nos duele: el que se va, la persona querida que no está, el amigo, el hijo, el hermano que saluda su despedida extendiendo el brazo por la ventanilla… “Es honda la mirada de la ausencia”, escribió alguna vez alguien que quiso -sin poder- exorcizar la angustia ante quien tiene que irse.

El tren, metáfora -entonces- de gozos y dolores. Gozos también, cuando partimos hacia algún sitio buscado, a alguna vacación deseada, a hallarnos con alguien amado que nos espera. El tren como símbolo del ejercicio de la vida, en ese no poder tener nunca todo, nunca a todos: vamos hacia alguien, para ello dejamos a otro u otros en el sitial de la partida.

¿Quién no quiso jugar al trencito cuando niños? No todos podíamos, pues era un artefacto eléctrico que sólo en las familias acomodadas podía adquirirse. Pero si algún vecino o compinche lo tenía se vertían allí todas las fantasías, las que sobrevolaban las pequeñas vías paralelas que ordenaban la dirección de nuestros sueños. Más fácil era, claro, en los recreos escolares “hacer un trencito” con vagones humanos, donde simulábamos la locomotora (eléctrica o a carbón, según el gusto) con los rechifles agudos lanzados por el primero de la fila.

Trenes, entonces, espejos de nuestra ilusión. Trenes que regresan, que retoman la tradición de cuando fueron nacionalizados en el primer peronismo, según lo que había vaticinado Scalabrini Ortiz en su conocido libro. Trenes que ya no estarán para pasar por las propiedades de los grandes terratenientes, como en aquellos trazados iniciales de hace más de un siglo. Trenes nuestros, pedazo de la vida cotidiana del pueblo más pobre, del transporte abaratado para la carga de alto tonelaje, de la llegada a lo remoto, de la ilusión y los recuerdos que se condensan en la magia del viaje.

Jornada Online

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