En Río Negro la historia siempre espera visitas al costado de las vías, la ruta 22 o algún canal de riego. Trazas lineales que conectaron y dieron vida a un territorio extenso y despoblado para lograr su desarrollo. Darwin es un ejemplo característicos. Una pequeña localidad del Valle Medio que hoy apenas supera los 1.000 habitantes, y en la que llegaron a trabajar y vivir 400 ferroviarios en su época dorada, cuando desde aquí salía toda la producción regional y pasaban 25 trenes por día. Hoy quedan 10 operarios para atender el paso del carguero del servicio privado de Ferrosur. Y como símbolo del presente, hasta la bella estación de tejas rojas está con candado.

Sólo la falsa ilusión del paso del tren de potasio y la chance de nuevos puestos de empleo reavivó hace 5 años atrás el alma dormida del pueblo. Luego, de vuelta a la quietud y la espera.
Al llegar al pueblo resalta el contraste: de un lado de la ruta está la colonia ferroviaria con sus 118 casas uniformes, de colores apagados. Del otro, el barrio nuevo, con sus viviendas que parecen recién pintadas.

Detener el auto y recorrer a pie Darwin significa transitar más de 100 años de historia ferroviaria. “Era un punto estratégico en la línea Bahía Blanca-Zapala, ya que la estación está dotada de valiosa infraestructura”, explicó a “Río Negro” Raúl Galván, exferroviario y hoy a cargo del museo (ver entrevista).
Raúl hizo de guía para “Río Negro” durante la visita al “lado viejo”. Allí está la extensa playa de maniobras con nueve vías y la báscula para pesar la carga de los vagones. Explicó que fue fabricada en Londres y funciona desde 1903.

Más alejada, oxidada y bloqueada con cadenas, se mantiene la mesa giratoria, utilizada para cambiar el sentido de circulación de las locomotoras.
No le va en zaga el imponente galpón de mantenimiento de máquinas, a unos 300 metros de la estación en dirección a Belisle. Esa distancia con el núcleo lo dejó desprotegido. Chapas, maderas, vigas y ventanales fueron arrancados de cuajo. Ahora el viento y el polvo taparon las fosas y bailan dentro junto a los fantasmas del pasado. Allí llegaron a trabajar hasta 80 operarios.

Inaugurada el 30 de junio de 1898 la estación fue un factor clave para el desarrollo económico del Valle Medio. Toda su producción salía por allí. En los cuatro meses del tiempo de cosecha, la circulación por fruta era abrumadora. Salían 15 trenes fruteros, además de los de pasajeros, cargas generales y el petrolero.
Todo un ejército de trabajadores del Ferrocarril del Sud, más tarde bautizado Roca, sostenían el servicio divididos en secciones. Galván, que se desempeñó como artesano en tareas de mantenimiento, las enumera: “Estaban los que trabajaban en la estación, la gente de material remolcado, los que revisaban el estado de los vagones, los mecánicos, guardas, señaleros, maquinistas, foguistas y cambistas”.

Junto a la estación creció el barrio ferroviario y los comercios frente a la antigua Rruta 22. Dos bares almacenes, ubicados frente a frente, se disputaron a los pasajeros y familiares que esperaban el arribo del tren.
En la década del 60 la traza de la Ruta 22 se desplazo 400 metros hacia el norte y fue asfaltada. Un hecho determinante, que partió en dos al pueblo. Lo nuevo quedaba ahora “del otro lado”.

Más tarde, con los cambios en el sistema de transporte de mercaderías, la privatización de los ferrocarriles en 1993 y el cierre del tren de pasajeros, la población fue emigrando a ciudades vecinas. Los que se quedaron mantienen un puesto en la municipalidad, realizan tareas rurales o de servicios, gracias a algún oficio que aprendieron como ferroviarios.

