Es de destacar que se haya salvado este monumento arquitectónico nacional, que luego de haber terminado en el total abandono fue después una vergonzosa cárcel, luego un refugio de jíbaros y malandros y hoy una bellísima sede en donde funcionan las oficinas y el primer Centro de Formación Integral Ferroviario del país. Y no solo eso: también se salvaron las estaciones de otros municipios por las que pasa el tren y que hoy son joyas arquitectónicas primorosamente conservadas.
Por otra parte y con una inversión que a la fecha supera los US$40 millones, el Ferrocarril del Pacífico moverá este año 230 mil toneladas de carga de importación y exportación y el plan es llegar al millón de toneladas en el año 2017 con una vía totalmente recuperada, nuevas locomotoras que garanticen un servicio expedito entre Buenaventura y La Tebaida y medidas de seguridad con barreras automáticas y postes de alarmas para evitar accidentes en aquellos sitios de alto riesgo, sobre todo al paso del tren por municipios, pueblos y veredas, bajo el lema “dale vía a la vida”.
Ello ha sido posible gracias a la presencia de un nuevo socio, la multinacional Trafigura, de origen suizo, a través de su filial Impala, que inyectó capital y tecnología a la antigua sociedad conformada por un puñado de empresarios vallecaucanos que se aventuraron a la odisea de recuperar nuestro ferrocarril y pusieron la primera piedra para hacer viable el hasta hace poco extinguido transporte de carga por tren.
El lunar de todo esto —plausible indudablemente— es que quienes hicieron los aportes iniciales quedaron con una pírrica participación, es decir, perdieron lo que habían invertido porque, desde siempre, el pez gordo se come al chico.

