San Luis, Argentina – Hijo y nieto de ferroviarios. Nació en el viejo cuadro de la estación. Tiene 91 años. Se especializó en conducir máquinas a vapor, diésel y diésel eléctrica. Vivencias de un hombre que vivió para sus pasiones: el ferrocarril y Defensores del Oeste de San Luis.
Don Pablo Arnut nació el 30 de junio de 1927 y tiene 91 años, se jubiló como maquinista especializado en conducir máquinas a vapor, diésel y diésel eléctrico. Es, tal vez, uno de los últimos ferroviarios que viva en la capital sanluiseña.
Hoy el ex ferroviario recuerda su época y hablar de ese tema lo hace parecer que volviera a estar arriba de su gigante de acero, utilizando un léxico propio de un verdadero trabajador del riel, curtido y pensante, como gusta que lo llamen. “Me había especializado en conducir y comencé como todos los que aprobamos los cursos que nos facilitaba y obligaba la empresa; una máquina a vapor donde muchas veces junto al fogonero, debíamos soportar temperaturas de hasta 80 grados, ambos equipados con ropa adecuada, incluso hasta un tacho con agua donde enfriábamos la pala de tirar el carbón de piedra al horno de la vaporera”, rememora.
Arnut es un viejo vecino de la calle Europa al 1000. Nació y vivió en el cuadro de la estación hasta que pudo comprar la propiedad que hoy habita.
Don Pablo además fue un activo dirigente de La Fraternidad, del club Defensores del Oeste (también fue su director técnico) y uno de los fundadores del club Deportivo y Administrativo Ferroviario (Ferro). Su abuelo, su padre, sus hermanos y él fueron ferroviarios. «Toda la vida mi familia en algún momento estuvo en las filas del ferrocarril BAP (después San Martín). Una cosa que me llena de orgullo, me infla el pecho”, agrega.
Arnut fue maquinista en épocas doradas de los trenes en su paso por San Luis. A medida que iba ascendiendo en su trabajo, tenía más responsabilidad. De la máquina a vapor pasó a una diésel y luego a una diésel eléctrica hasta que se jubiló.
Aclara que su apellido es de origen francés. La corriente migratoria hizo que sus abuelos Edelmira Díaz y Enrique Arnut nacieran en Mendoza, al igual que sus padres, Ernesto Arnut y Honoria Roldán Benegas.
Pese a tener 91 años, Pablo se mueve por todo los ambientes con una soltura y agilidad que sorprende y su conversación es fluida y espontánea. Recuerda con muchos detalles cómo era su trabajo. “En el BAP, las salidas eran diagramadas entre expertos que tenían montada una oficina en Villa Mercedes que se denominaba ‘La Rioja’. Tuve la suerte de que nunca me pasó nada cuando acá hubo varios trenes que ‘se alzaron’ (no respondían a los mandos o descarrilaban), que se desviaban por una vía denominada ‘muerta’ que servía de escape. Una conducía a los trenes fuera del cuadro de la estación con orientación al norte y ascendiendo al este hasta aproximadamente lo que es hoy la avenida Justo Daract. (Se refiere a las vías viejas de trenes donde hoy hay un barrio denominado Aeroferro). La restante tenía unos talud de tierra en el mismo predio”. A lo que se refiere Arnut es que ambas servían para aquellos trenes que se quedaban sin frenos y eran desviados en esos sentidos para que por su propia inercia se detuvieran.
«Aún hoy, suena en mis oídos el clásico sonido de las máquinas del ferrocarril y los goles de mi equipo preferido, Defensores del Oeste. Son dos de las cosas que nunca en mi vida olvidaré”, dice este jubilado «de la calle de una vereda sola, como la Calle Angosta de Villa Mercedes».
Con orgullo cuenta que nació dentro del cuadro de la estación de trenes, donde se fundó «El Expreso». “Por aquellos años, a los empleados del ferrocarril -en este caso a mi padre- les otorgaban una vivienda de doble ala, compartida cuando venían de otros pueblos. Eran amplias, cómodas, con galería y sótano, sólo abonaban un pequeño arancel que venía descontado de sus sueldos. Mi familia venía de Mendoza, y les tocó vivir en el ala oeste, de una de esas casas pasando la Bolívar al norte», señala.
Al ex dirigente -que fue un gran bailarín-, sus amigos le decían «Jopo» o «Pasodoble». Era asiduo concurrente de «La Cariñosita», al lado de la estación de servicios El Salvador. «A veces bailábamos en el Patio Andaluz o El Sporman donde dos mozos (Machuca y Herrera) nos facilitaban el ingreso, pero debíamos cumplir con una regla no escrita: ‘Para entrar había que ir bien vestido, era la única posibilidad'».
«También concurría a los bailes en lo de ‘Limina’, de Pringles y Mitre; ‘El Pollo’, de la avenida Sarmiento; o en ‘El Palanque’, pero allí era bravo», asegura.
Hoy mira pasar la vida sentado en un cómodo sillón. Observa viejas fotografías donde está acompañado de su esposa Cristina.
Según los archivos históricos, el ferrocarril llegó a San Luis en 1882, a través del Ferrocarril Andino. Posteriormente fue adquirido por un grupo de británicos de la empresa BAP (Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico). Cuando se nacionalizó en 1948, el BAP pasó a formar parte del Ferrocarril General San Martín. El último tren que pisó suelo puntano fue El Cuyano. Ocurrió el miércoles 10 de marzo de 1993 y llevaba a bordo más de 360 pasajeros. Era tirado por una locomotora de origen norteamericano y fabricada en 1957, diésel Alco RSD 16 N° 8488, que tenía un peso de 108 toneladas. Había partido de Mendoza a las 17 y hacía sentir su paso haciendo sonar su estridente bocina por largos periodos. Han pasado 25 años.
«Nuestra función -como maquinista- era por recorridos, habitualmente cumplíamos la línea San Luis-Rufino, Santa Fe o San Luis-Palmira en Mendoza, en esos puntos se producía el relevo. En otras cuando conducíamos El Marplatense que venía de San Juan se hacía una combinación en Vicuña Mackena o Rufino donde se desenganchaban los vagones, unos a Mar del Plata o el resto a Buenos Aires. Lo mismo a Luján de Cuyo. No era común, pero lo hacíamos. En cada cabecera teníamos nuestro lugar de descanso, lo que nos permitía regresar a nuestros hogares rápidamente», detalla como si fuera ayer y añade: «Recuerdo que siempre nuestros jefes nos especificaban que los ‘trenes petroleros’ tenían prioridad de paso, había que esperar a que ellos pasaran para nosotros continuar».
Pablo dice que programar o diagramar un viaje era algo maravilloso porque tenía todos los condimentos que uno se pueda imaginar. «Desde el simple hecho de preparar nuestro equipaje, al apuro por ascender de los pasajeros. Cargar el vagón de la correspondencia y las encomiendas o la despedida de un familiar, creaba una ansiedad poco frecuente. El andén se llenaba de gente, unos contentos por la llegada de un ser querido, otros tristes por una partida», describe con precisión.
«Lo más emocionante era ver cuando se iban los soldados. Lloraban todos. Para indicar que el tren se pondría en marcha, un empleado hacía sonar una campana que estaba en el andén, después el silbato del guarda y por último, lo más importante, el jefe que viajaba en el vagón de cola, con una bandera verde nos indicaba que estábamos listos para partir, había vía libre y en medio de bocinazos, poníamos el tren en marcha a paso de hombre. Todavía recuerdo con mucho orgullo mi trabajo», sostiene emocionado.
Inmerso en vaya uno a saber qué recuerdo, no deja pasar la oportunidad de señalar que el tren era «el método más seguro para viajar -después del accidente de Alpacatal que fue un accidente ferroviario que ocurrió el 7 de julio de 1927 en Mendoza, donde murieron 30 personas, 12 de ellos cadetes chilenos-, nunca hubo que lamentar grandes tragedias, salvo el de Zanjitas».
Arnut se queda mirando por el ventanal de su living la vieja estación de trenes, hoy un centro cultural. Coloca una mano en su oído derecho como para escuchar en su imaginario el quejoso andar de la locomotora que está por partir empujando un convoy de más de 20 vagones.
Imagina a cientos de pañuelos agitarse diciendo ¡Adiós!, ¡Hasta la vuelta….!!! Lento el inconfundible gigante de acero ha iniciado su último viaje. Como el viaje de aquel 10 de marzo de 1993, que se había iniciado en San Juan, pasó por Mendoza y dejó su estela de historia por San Luis. Han pasado 136 años de aquel primer tren que pisó la provincia. Hoy es un recuerdo más, es parte de la historia de los sanluiseños.
Fuente y fotografía: eldiariodelarepublica