martes, septiembre 10, 2024
InicioNoticiasInternacionalesEspaña: El verdadero viaje de la tortuga y la liebre

España: El verdadero viaje de la tortuga y la liebre

El recorrido ferroviario entre Logroño y Madrid deja en evidencia la lentitud del tramo riojano
J. SAINZ

¡Más madera! A las cuatro de la tarde, parado en un andén de la estación de Zaragoza, menos de hora y media después de haber salido de Madrid disparados en el AVE a 350 por hora, calculo que todavía faltan otras dos horas para llegar de vuelta a Logroño. Paradójicamente, es un tramo mucho más corto. La combinación obliga a hacer transbordo en Delicias y esperar el Intercity que viene de Barcelona. Todo es bastante puntual, pero, en la comparación, las cuentas no salen. La matemática fórmula de la velocidad (espacio partido por tiempo) se acelera si hablamos de alta velocidad (mismo espacio partido por mucho menos tiempo). Pero el tiempo se estira y decae como los relojes blandos de Dalí al entrar en el corredor del Ebro y la velocidad se ralentiza hasta el cabreo. En este triángulo ibérico, el teorema de Pitágoras nos deja a los riojanos por catetos: sientes que te han apeado de golpe de un cohete del que dispone el resto del país y tú tienes que conformarte con un modesto tren regional. ¿O es que hemos viajado por encima de nuestras posibilidades? Lo cierto es que, una vez que tomas el Alvia y encarrilas hacia el noroeste para remontar el río, este otro tren ya no coge el ritmo del siglo XXI. Y, a pesar de que el hermoso paisaje se deja admirar mucho mejor yendo así de despacio, cansado y deseando estar ya en casa, recuerdo algo mosqueado aquello que gritaba Groucho mientras sus hermanos tiraban de hacha: ¡Más madera! ¡Es la guerra!

Medio centenar de personas, según datos de Renfe, hacen a diario el viaje Logroño-Madrid (y otras tantas el inverso). La mayoría (entre treinta y cuarenta viajeros) toma el único tren directo que hay entre las dos ciudades. Es el Alvia de las 7.35 (el equivalente de regreso sale de Atocha a las 18.35), con paradas en Calahorra, Rincón de Soto, Alfaro, Tudela, Calatayud y Guadalajara antes de llegar a Madrid a las 10.50. Incluso este es un tren de dos velocidades, condicionadas por la inferior infraestructura ferroviaria de su primer tramo: un intermitente y lento discurrir de estación en estación hasta el cambiador de ancho de vía de Jalón-Grisén, en las inmediaciones de Zaragoza. A partir de aquí, a correr.

Para quienes tienen que madrugar más existe la posibilidad de tomar el Exprés de las 6.15 con transbordo en Castejón para enlazar con el Alvia que llega a Madrid a las 9.45. Buena hora para ejecutivos con reuniones en la capital. Es uno de los cinco trenes con enlace que cubre este recorrido a diario y lo utilizan unos veinte viajeros. Nosotros hemos tomado el directo para ir y el enlace para volver. Acompañamos a unos pocos profesionales y autónomos con negocios en Madrid, un grupito de estudiantes que vuelven el martes tras el largo fin de semana de la Almudena, una familia con asuntos personales que tratar y un par de turistas a los que no les afectan demasiado las prisas del resto. Todos se acomodan y partimos puntualmente.

Todavía es de noche cuando el Alvia abandona la estación de Logroño y la zona soterrada para continuar por ese otro oscuro túnel de niebla que cubre el valle del Ebro. Entre la bruma, pasa junto a Recajo y, algo más lejos, el aeropuerto. A las 9.05 despegará de allí el único vuelo del día a Barajas. Sin detenerse en Agoncillo, el polígono del Sequero ni Arrúbal, el tren se aproxima a Alcanadre y, aunque tampoco parará, se ve obligado a reducir la marcha para bordear un amplio meandro del Ebro. Un tren turístico no podría ofrecer mejores vistas, pero este no lo es.

Como una prolongación del sueño, la primera parte del viaje es entre la niebla y el río. Lo que debería ser la primera luz del día, no es más que una bruma de pesadilla. En ella se van sumando al cortejo unos pocos viajeros más en las estaciones riojanas de Calahorra, Rincón y Alfaro. Curiosamente, en Tudela de Navarra, que cuenta con hasta cinco trenes directos a Madrid y este es el segundo del día, se monta bastante gente. Son las 8.38 y hemos tardado una hora en recorrer el tramo más corto.

Algunos pasajeros dormitan en sus asientos, otros leen o escuchan a través de los auriculares, hay quien aprovecha para trabajar en su portátil… De vez en cuando, alguna conversación por teléfono, alguna charla intermitente… El tren es tranquilo y cómodo, pero es caro: 48.75 por un billete de ida no es un precio muy asequible para un servicio público.

Y, de pronto, como una premonición, salimos de la niebla, asoma el sol y descubrimos un día radiante. El tren vira hacia la derecha, sale del valle y enfila por los campos aragoneses de la cuenca del Jalón rumbo al sur. Tras una maniobra casi imperceptible en la que se ha adaptado al ancho europeo, comienza a tomar más y más velocidad. Esto ya es otra cosa. La Rioja, en muchos sentidos, se va quedando atrás; muy atrás. Pronto llegaremos a Madrid.

Y es allí, al fin en Atocha, a la vista de esa extraña colonia de tortugas que ha proliferado artificalmente en el jardín tropical de la estación, donde te das cuenta de que, al revés de la fábula, siempre son las liebres las que ganan las carreras. Pensaré en ello cuando, de regreso a Logroño, me salga caparazón.

 

Fotos Juan Martín

La Rioja

RELATED ARTICLES

MAS POPULAR