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Línea Sarmiento. Un viaje en el tren que preocupa a Kicillof

Buenos Aires – Argentina – 19/05/2020: El gobernador alertó por un vagón con pasajeros apiñados; hay pocos controles y la circulación de gente es cada vez más intensa

Una señora con el barbijo en el cuello se levanta los lentes y se suena los mocos. Estornuda en el codo y se sube el tapaboca. Son las 8.26 de ayer y el tren Sarmiento acaba de salir de la estación de Once. Hay bastantes asientos vacíos, pero a la hora del regreso la ocupación crece. La gente se sienta alejada en la medida de lo posible por los riesgos de contagio de coronavirus. Otra señora estornuda y habla por teléfono. La mayoría tiene algo que le tapa la boca y la nariz. Un efectivo de la Policía Federal camina los pasillos con seriedad, con un tapabocas negro que le cubre casi todo el rostro.

Dentro del tren no se ve la imagen de desborde que le mostró la semana pasada Axel Kicillof a Alberto Fernández. El gobernador compartió una foto de un vagón repleto de gente. “Línea Sarmiento, estación Ramos Mejía”, informó. Tampoco se distinguió ayer lo que circuló en redes sociales, con fotos de pasajeros hacinados.

En el tren, efectivos de la Policía Federal, todos con barbijos, controlan la entrada y la salida de los pasajeros. Solo en la estación Once piden documentos y el permiso de circulación a todas las personas. “El 90% tienen permiso, hay otros que son indigentes y no tienen”, dice un policía, que se excusa y pide que el suboficial Mario Romero oficie como vocero. “Ahora hay más flujo de gente. Antes había menos, pero sin autorización. Ahora la mayoría tienen permiso”, dice Romero, que no lleva barbijo. El tránsito de más gente es entre las 8 y las 10 de la mañana.

En las estaciones intermedias, aunque haya uno o dos policías o gendarmes, da la sensación de que su función no es controlar las autorizaciones o la distancia reglamentaria, sino observar que no se registren inconvenientes. “Nosotros tenemos orden de revisar los permisos de 5 a 7 de la mañana, que es cuando hay más gente”, dice Manuel Ayala, un joven gendarme que custodia la estación de Liniers.

“Van todos sentados. Solo uno o dos parados por vagón. La gente tiene conciencia”, dice el gendarme Ayala. En dirección a Once, desde Ramos Mejía, una de las estaciones intermedias donde a media mañana el control es inexistente, los vagones se van llenando. La distancia de un metro que indica el altavoz del tren como obligatoria no se puede respetar cuando se empiezan a sentar uno al lado del otro al no haber más asientos alejados libres.

Cintia Fernández tiene puesto un traje blanco y un tapabocas de tela con flores rojas y rosas. De su espalda cuelga un balde-mochila de cinco litros con amonio cuaternario. Con eso desinfecta los asientos y carteles de las estaciones que van de Villa Luro a Caballito. Es parte de la cooperativa LARA, contratada por Trenes Argentinos para la desinfección. Otros compañeros desinfectan dentro de los trenes y en los galpones.

“Recién comentábamos con el policía que bajaron como 80 personas, tuvimos que esperar a que salieran todas para poder seguir. Deben ser los que atienden en los negocios de la avenida Avellaneda”, dice Cintia, preocupada. Cuenta que las estaciones Flores, Floresta y Liniers son en las que más gente circula.
En la estación de Floresta los policías no controlan que la gente tenga el permiso. Si alguien se saltea las estaciones terminales (Once y Moreno), podrá viajar sin necesidad de mostrar ningún tipo de autorización para circular.

En algunas estaciones el silencio es extraño. Casi no hay vendedores ambulantes, panchos ni cafés. Durante toda la mañana solo aparecerá una mujer con barbijo y máscara de plástico transparente intentando vender pastillas refrescantes a 20 pesos. Nadie le compra.

Los puestos de las estaciones intermedias están cerrados en su mayoría, salvo uno que vende café, medialunas, hamburguesas y panchos en Liniers. Ahí trabaja Carla, una chica de 26 años que llega desde Rafael Castillo, La Matanza, todos los días, en el colectivo 242. Dice que no va lleno y que tarda media hora en llegar. Abre a las 9 y cierra cerca de las 20. Recién el martes pasado volvió a abrir. El tiempo que estuvo sin trabajar no se lo pagaron, porque estaba contratada en negro. Ahora la registraron y eso la pone contenta.

Cerca del mediodía, cuando el tren estaciona en Once, más de 300 personas se bajan de los vagones. Un hombre con altavoz pide que se acomoden en una fila, que los enfermeros y médicos vayan a la izquierda. La fila es larguísima y no hay ninguna señal que indique cómo respetar el metro de distancia. Algunos ya tienen preparado el papel impreso de su permiso y el DNI en mano.

Fuente: Clarín

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