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Estación de Sao Bento, un siglo de arte portugués

La centenaria terminal ferroviaria de Oporto es hoy el monumento más destacado y uno de los más visitados de la capital portuense

San Benito (Sao Bento), patrón de Europa, es el nombre con el que Oporto bautiza su vieja terminal ferroviaria. Para quien decida acudir a esta metrópoli lusa, la céntrica estación, que acaba de cumplir su primer siglo de vida, es una visita ineludible. Nadie que quiera conocer de verdad la segunda ciudad portuguesa puede olvidarse de esta construcción centenaria. Da igual que no le gusten los trenes. En el vestíbulo principal, se concentra parte de la historia de Portugal, inscrita en los 20.000 azulejos de cerámica vidriada que adornan las paredes interiores de su entrada. Los paneles, en su mayoría pintados en azul con molduras que imitan las del siglo XVIII, están decorados con escenas, figuras, paisajes y monumentos que sirven para exaltar, valorizar y mostrar las ‘esencias’ del país vecino.

Los azulejos tienen una enorme importancia en Portugal. Decoran espacios públicos y privados, sobre todo a partir del siglo XVII. Inicialmente confinados al interior de las iglesias y casas ricas, y a los espacios conventuales y jardines privados, en el siglo XX pasan al exterior de los edificios para revestir las fachadas principales de las casas en varias ciudades, especialmente con los azulejos patrón, de modelo repetido. Es una nueva forma de decorar los espacios, en su mayor parte públicos, como son las estaciones de tren, los mercados, las plazas, los jardines. Las superficies de los edificios se cubren para buscar su revitalización en lo que fue el período más importante de la producción portuguesa de azulejos, el siglo XVIII, con sus grandes paneles historiados pintados en azul y blanco y rodeados con molduras barrocas.

El siglo XIX vive la edad de oro del azulejo. Un material resistente, a prueba de terremotos e impermeable a las inclemencias del tiempo. Su alto precio no es obstáculo para aquellos emigrantes portugueses que regresan de Brasil con grande capitales y fortunas. Pasado el tiempo, constituyen un valioso patrimonio que dan mayor esplendor y fama a la ciudad donde el

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Duero desemboca en el mar. Lisboa tiene mosaicos espectaculares (Hospital de San José y el palacio de Fronteira), pero Oporto no le va a la zaga. El arte de la cerámica tiene claros exponentes en la segunda ciudad lusa: iglesia del Carmen, San Ildefonso y la capilla de las Almas. Pero, sobre todo, destacan los de su centenaria estación ferroviaria.

La inauguración de la terminal de Oporto el 5 de octubre de 1916 dejó estupefactos a los portuenses. Cien años después quienes la visitan sienten esa misma sensación de asombro al contemplar las magníficas pinturas del hall que Jorge Colaço (1868-1942) diseña para el edificio que sustituye al antiguo convento benedictino. Los azulejos, que ocupan 551 metros cuadrados del vestíbulo, presentan una cronología de los medios de transporte utilizados por el hombre, los mitos y las imágenes de la historia de Portugal, escenas de trabajo en los países y costumbres etnográficas. Restaurados en 2011, recibe el Premio SOS Teja 2013 y el Premio Brunel 2014, al tiempo que las revistas ‘Travel’ y ‘Flavorwire’ la sitúan entre las más bellas del mundo.

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Ya de entrada fascina el techo ornamentado en relieve, inmaculadamente blanco y con el nombre en grandes caracteres de los ríos más cercanos, Minho y Douro (Miño y Duero, en portugués), respectivamente hacia el norte, con la entrada a los andenes, y al sur, en el acceso a la estación. Como no podía ser de otra forma, un gran reloj y un letrero con el nombre de la ciudad (Porto) centran en el tiempo a los viajeros que quizá puedan despistarse con la contemplación de los murales. Sao Bento concentra en ese pequeño espacio tanto arte como en el resto de la ciudad. Y, si no fuera por el continuo ir y venir de apresurados viajeros, y el ruido de los trenes, nadie pensaría que detrás de las paredes donde se expone esta exquisita muestra hay un universo ferroviario que también tiene su historia.

Los azulejos de Colaço, principalmente pintados de azul y blanco, pueden catalogarse dentro de la corriente historicista que influenció todo el arte de la primera mitad del siglo XX (basándose principalmente en temas de finales de la Edad Media, época de los descubrimientos y la dinastía manuelina) y tradicional (exaltación de las costumbres de la vida rural). También son interesantes sus obras de tema mitológico, especialmente la serie de pinturas que decora las galerías exteriores del Palacio de Buçaco, basadas en la obra ‘Os Lusiadas’ de Camões.

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Los azulejos de Sao Bento no desmerecen la obra del autor nacido en Tánger. Incluyen paneles que representan escenas históricas: el torneo de Arcos de Valdevez, 1140; Egas Moniz, ayo del primer monarca luso, en su presentación ante el rey de León; la entrada triunfal de Juan I y Felipa de Lancaster, en Oporto, en 1386; la conquista de Ceuta en 1415. Hay también escenas de campo y etnográfico: la procesión de Nuestra Señora de los Remedios en Lamego; el festival de São Torcato en Guimarães; la cosecha; la feria de ganado; y el transporte de vino en un barco rabelo en el Duero. En la parte superior, se puede admirar un friso multicolor evocador de la historia de la carretera, desde los inicios hasta la llegada del primer tren de Braga.

Marqués de Salamanca y Eiffel

La estación, situada en pleno corazón del centro histórico de Oporto, ocupa un enorme edificio proyectado por el arquitecto luso José Marques da Silva (1869-1947). La construcción del técnico portugués educado en París sustituye a un viejo convento, del que solo se conserva el nombre, Sao Bento. Durante casi cuatro siglos en ese mismo espacio se erige el convento de monjas de San Benito de Ave María, construido por iniciativa de Manuel I. La extinción de las órdenes religiosas en 1834, y la muerte de su abadesa años después, abre la posibilidad de que el espacio pueda tener otro uso. El edificio se reserva para el ferrocarril, cuando este llega a las puertas de Oporto.

La línea del Norte avanza rápidamente desde Lisboa y la mayor parte de sus tramos ya están terminados antes de 1865. Sin embargo, hay serios problemas de construcción en el tramo final. El poder y la extraordinaria organización chocan con el obstáculo natural que constituye el Duero en su desembocadura. El controvertido marqués de Salamanca, el hombre clave de los ferrocarriles españoles y con intereses en las principales líneas portuguesas, propone fijar el final de la línea en Vila Nova de Gaïa (la ribera sur del Duero) y evitar el cruce del río. El Gobierno luso se niega en redondo. El conflicto de intereses provoca la salida del banquero español, que mantiene, sin embargo, la concesión de la línea.

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Portugal reclama la ayuda del ingeniero francés Gustave Eiffel. El técnico galo viaja a Oporto y examina los lugares por los que debe discurrir el tramo final de la línea. Con la ayuda de su socio Théophile Seyrig propone una solución audaz: un tablero colocado a 62 metros sobre el nivel del agua, que estará sostenido por un gigantesco arco metálico de 160 metros de luz, apoyado en cada una de las orillas de Duero.

La construcción del viaducto comienza el 5 de enero de 1875. Las obras duran poco más de dos años; se termina el 28 de octubre de 1877. Las pruebas de carga tienen lugar con éxito el día 30 de ese mismo mes; máquinas del ferrocarril Minho-Duero, más pesadas que las de la Companhia Real dos Caminhos de Ferro Portugueses (CRP), participan en los tests de resistencia. La obra de fábrica se inaugura con gran pompa el 4 de noviembre de 1877, al mismo tiempo que el último tramo de la línea del Norte. Asisten a la ceremonia el rey Luis y la reina María Pía de Saboya. El viaducto, que se bautiza con el nombre de la soberana, es durante años la estructura metálica más grande del mundo.

La estación se sitúa en Campanhã, un suburbio distante del centro portuense que pronto se convierte en un importante núcleo ferroviario para el transporte de mercancías y pasajeros, la gestión ferroviaria y el mantenimiento de material rodante. No obstante, esta concentración de servicios y la elevada distancia al centro de la ciudad reducen su operatividad, por lo que se piensa en una nueva plataforma que atienda las necesidades de la línea. La prolongación de la línea al centro de la ciudad corre a cargo del ingeniero belga, que reside en Portugal, Jean-Baptiste Hippolyte Baere (1844-1924). La obra es compleja. Se hace necesario construir tres túneles para conectar con la zona elegida: el solar que ocupa el antiguo convento. Sao Bento de Ave María se derriba y se inician los movimientos de tierra para construir una plataforma provisional. En 1896, toda la ciudad sale a la calle para observar la llegada del primer tren. A la espera de la estación definitiva, tres barracas de madera acogen a viajeros y mercancías.

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Casi al mismo tiempo, el joven arquitecto portuense José Marques da Silva defiende su trabajo de fin de curso. No es casualidad que haya elegido como tema para su graduación la construcción de una plataforma ferroviaria. La elección es comprensible; no sólo por el ambiente que se respira en Oporto, su ciudad natal, sino también por la destacada influencia en su pensamiento de su profesor en la Escuela de Bellas Artes de París, Victor Laloux, el artífice de una de las grandes obras de la capital francesa, la estación de Tours y París, Gare d’Orsay.

A su regreso a Oporto, Marques da Silva presenta su proyecto en el Ayuntamiento en mayo de 1897. La idea convence a los responsables de Obras Públicas que le reclaman que adapte su proyecto a las condiciones que exige el terreno. El arquitecto portuense reformula sus diseños académicos y trabaja en un plan adaptado a las circunstancias constructivas y particularidades de San Benito. Después de algunas dudas, en septiembre de 1899 se adjudica finalmente el proyecto.

El joven arquitecto desarrolla varias versiones de su primera propuesta, como reacción a los sucesivos dictámenes de las distintas comisiones a las que se someten los dibujos. Pero en todos sus esbozos se mantiene la presencia de una gran nave de metal en la composición de su edificio. También es una constante el diseño en forma de U, con frentes a las calles de Madeira y Loureiro, y la fachada principal, a la plaza de Almeida Garrett. En 1900, el rey Carlos y la reina Amélia colocan la primera piedra de la nueva edificación, cuya construcción solo despega tres años más tarde, cuando el borrador final se ve finalmente aprobado.

A primera hora de la tarde del jueves 5 de octubre de 1916, una multitud llena la plaza de Almeida Garrett. Es, además, fiesta nacional. Las principales autoridades militares y civiles de la ciudad y del distrito, así como el máximo responsable de los ferrocarriles, ocupan lugares preferentes. Todos los oradores expresan su satisfacción por la finalización con éxito de los trabajos. Es el día de la inauguración de la estación central de Oporto. «No sólo es un gran monumento a la ciudad, sino también una notable obra de arte de la grandeza y majestuosidad de sus líneas arquitectónicas y la mejora y el esplendor sus decoraciones artíticas», informan los periódicos al día siguiente.

Nada más abrirse las puertas de la estación, el silencio se impone sobre la multitud. Contempla con caras de admiración y asombro las magníficas pinturas panorámicas que ocupan las paredes del vestíbulo de la terminal. Los murales contienen más de 20.000 azulejos pintados por Jorge Colaço, casi todos en el azul característico de la cerámica portuguesa. Una obra impresionante que representa diferentes episodios de la historia de la ciudad y del país.

Sao Bento perdió su condición de estación central hace ya bastante tiempo. Mantiene, sin embargo, el servicio de trenes regionales y turísticos hacia localidades como Coimbra, Braga y Guimarães. Son millones los pasajeros que atraviesan cada año sus puertas camino de sus destinos. Pero, sobre todo, son turistas de todo el mundo quienes se acercan hasta ella para contemplar el verdadero tesoro de Oporto.

Fuente y fotografías: elcorreo

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